Walkman


La zorra hidráulica tartamudeaba de una rueda soportando los cuatrocientos kilos de carpetas anilladas Nº 4. Javier se repetía en las puteadas tratando de maniobrar entre los bancales vencidos por el peso de cuadernos, lápices, pinturas, blocks de notas, tijeras de puntas redondas y cuanto artículo de librería pudiera imaginar. Pensaba en que ese mes no le diría nada a Vanina, su mujer, se guardaría los cien mangos de la segunda cuota del medio aguinaldo y se compraría el walkman ese que había estado relojeando en Musimundo. Así podría trabajar más tranquilo, sin putear a la vieja zorra ni escuchar su traqueteo reumático que lo tenía harto.
- A mí me tenés harta, mantecato! No sos capaz de conseguirte un laburo como la gente y encima te dejás cagar 100 mangos! Pero porque no los mandás a la mierda a esos gallegos roñosos!
Javier pensaba en su walkman y cerraba la boca como sus puños, era difícil bancarse a Vanina cuando engranaba pero en el fondo estaba contento porque se había tragado la mentira.
              La bebita empezó a desgranar su llanto, primero quedo, luego subiendo tono a tono hasta ese agudo infinito en que resultaba impostergable se tomara en cuenta su reclamo.
- Ahí la tenés a esa, berreando como una loca por tu culpa, anda a atenderla que yo me la banco todo el santo día.
Javier se acercó a la cuna y la hamacó sin ganas, "tampoco te voy a escuchar a vos", pensó.
              A la mañana siguiente salió unos minutos más temprano que de costumbre, el local estaba todavía cerrado, pero en la vidriera relucía su Aiwa 7000 SMX. Ecualizador, sintonía digital, soundextrabasssinstem, las letras se hacían tan pequeñas que no alcanzaba a descifrarlas, igual le producía  deleite mirarlo, "sos un fierro infernal, como debés sonar".
 -No sabés la mano que me vas a dar...
-¿Cómo dice?- Preguntó el viejo vendedor, guardando el dinero en un cajón.
-Nada, disculpe, se me escapó.- Contestó Javier y salió corriendo para el depósito.
              Empujar la zorra, cargar los bultos, estibar los camiones, todo es una carga, todo es llevar un peso sobre sus hombros,  así pesa la vida, agobiante sensación que lo aplasta, lo dobla y lo tensa como un resorte o un elástico de acoplado. Soportar sobre su músculos, eso es de siempre, resistir sobre sus nervios, de ahora, de hace dos años, desde que una Vanina no quizo dejarse llevar en brazos sino era vestida de blanco, desde que llegó su turno al final de una interminable hilera desocupada, y lo dejó empujando una carreta coja y arisca, y aún aquella que pareció traer un poco de alegría en su inocencia terminó pesándole al punto de quebrar su paciencia y sentimientos. Nada había que de una u otra manera no pareciera sofocarlo, ahogarlo, una lápida de piedra, de granito cuadrado, como un cubo de hierro, o un lapacho entero capaz de proveer doce vigas de seis metros, o este depósito con sus naves abarrotadas, su techo parabólico oxidado recalentando el aire oscuro y húmedo,  todo sobre él, y aun así nada pesaba más que su propia esclavitud, que la cadena que lo arrastraba escaleras arriba, cada noche, que la misma escalera, que Vanina sobre él, golpeando su egoísmo en la imperfecta altura de su sexo, exhausto, desposeído, despreciado y al fin lapidado con un "inútil, ni para esto servís", que se repite, y es un eco que lo ronda y lo cierne, como ese llanto que lo carcome, que lo exige y lo rechaza, que debería amar y odia como supone ser odiado por ella que jamás quiso sus brazos, que aulló como si fuera su muerte ante cada caricia que intentó, casi una pesadilla, un dolor insensible, como una prensa neumática comprimiendo sus manos, una motoniveladora sobre sus piernas, y ni aun así, cada día  volviendo a caminar, acercándose despacio hasta que la beba abre los ojos y petrifica su mirada y sin un gesto, ni un pestañeo, sin tomar aliento comienza su lento, creciente, impiadoso aullido. "Tal vez esto fuera lo peor, pero  no, lo peor soy yo, verme soportando todo esto, sin poder hacer nada, eso es lo peor, mi propia esclavitud, el seguir cargando estos pesos, esta vida."
-Vamos pibe, ponete las pilas, que hay que cargar para MicroMar. ¡Vamos, carajo! ¡Qué te pasa?
Tuvo que golpearle el hombro, para que Javier reaccionara. No entendió su cara de asombro, siguió con la mirada el gesto vacilante  con que Javier escondió el audífono en su puño.
El pabellón abierto de su oreja estaba cubierto por el pelo largo y lacio pero el cablecito negro lo delataba como a un mago principiante que trata de sorprender con un pase defectuoso.
            -La de Micromar, boludo, laburá y cuidate, que si pensás pasarme, como viniste te vas.