Carta al rector de la Universidad

Cuando recomencé la Facultad una decisión administrativa casi me deja fuera. La enfrenté con esta carta. Un año después fui reincorporado.

Buenos Aires, 19 de marzo de 1998

Sr. Rector de la Universidad de Buenos Aires

Dr. Oscar J. Shuberoff

Atte.:

Me dirijo a Ud. a fin de solicitarle reconsidere mi pedido de rematriculación en la Universidad

Tenemos un país que entre sus bienes patrimoniales se ha jactado tradicionalmente de su capacidad de generar inteligencia, cosa realmente insólita si la cotejamos con su historia reciente, pero en definitiva creencia abonada con algunos muchos ejemplos personales, premios Nóbel, profesores en prestigiosas universidades del mundo, literatos exiliados, teóricos, economistas, artistas laureados y consagrados en el exterior. En fin mucha inteligencia desparramada por doquier. Pero qué nos ha pasado? Cómo aún podemos sostener este criterio frente a realidades tan rotundas como la carpa blanca, los resultados nulos de exámenes de ingreso a distintas facultades, las escuelas rancho premoldeadas, la no investigación y no ciencia, la deseducación televisiva, el eficientismo improductivo de las estructuras económicas, impuestas a los establecimientos educativos, carentes de otro objetivo que no sea el cumplimiento de imposibles presupuestos?

Tal vez el modelo primermundista juzgue, como uno de sus objetivos deseables, que nuestros futuros profesionales se reciban en aquilatadas universidades del idolatrado mundo anglófono, logrando así mantener la tradición de argentinos triunfadores en el exterior y de paso abaratar el costo interno en educación.

Porqué, dirá Ud., hago todas estas reflexiones?

Tal vez será por un sueño que tuve:

Estaba en un despacho, la luz se filtraba por las cortinas dándole al espacio un aire tranquilo y envolviéndolo en una neblina granulosa. Sobre el escritorio, de buena madera tallada y tapa de vidrio, se apoyaba un portarretratos y un teléfono lleno de internos.

-Bienvenido Winter, tome asiento, por favor. Mi anfitrión me indicó uno de los sillones frente a él.

Después de algunas palabras formales la conversación entró a girar en las funciones de su cargo.

-Nuestra responsabilidad es conformar una inteligencia nacional, capaz de abarcar el conjunto de los saberes del mundo y adecuarlos a nuestras necesidades de desarrollo, profundizar la investigación y elevar año tras año el nivel de educación general, es una tarea, casi le diría, estratégica. Cada nueva camada de profesionales e investigadores multiplica el desarrollo de cada área: campo, ciencia, técnica, ciencias sociales. Desde aquí vamos formando el perfil de nuestra nación, es una tarea apasionante.

Quedé impresionado por las responsabilidades de ese hombre, me sentí una pequeña parte dentro de un todo complejo y dinámico, una sensación de pertenencia me llamaba a incluirme en la tarea.

Se puso de pie, lo imité, y con formalismo me dijo:

-Es un gusto darle la bienvenida a nuestra Universidad, esperamos que encuentre un buen nivel de profesores y los ámbitos adecuados para desarrollar todas sus inquietudes.

Estaba emocionado, turbado en mi natural modestia y sabía que agradecer estaba de más.

-Me comprometo, dije, a dar de mi lo mejor posible para llevar adelante estas líneas de acción. Cuente con mi humilde aporte.

Nos estrechamos las manos con firmeza, el apretón se prolongaba, mi mano que había sostenido la tensión comenzó a languidecer; sentí que se diluía y todo mi cuerpo se sumergía dentro de esa palma que sometía ahora todo mi cuerpo. Lentamente me transformé en una pluma fuente, gorda, negra, con un capuchón ribeteado en oro y punta redonda. La mano me sostenía con tres dedos.

-El expediente 1.926 Doctor. Resolución 6.686 rechazando pedidos de reincorporación. Anunció la secretaria.

Me apoyó duramente contra el papel y me hizo dibujar una «J» pronunciada, descendente y panzona, luego unas pocas ondulaciones y el remate vertical, su firma rutinaria, aunque precisa, quedó en el margen derecho de la hoja.

No volví a verla hasta el miércoles 18 de marzo.

Ese día mi hijo de doce años me sacudió el hombro a las siete de la mañana.

-Despertate viejo, dejá de soñar, que me tenés que llevar a la escuela. La alegría tempranera, de compartir esos ratos con mi pibe, me armó de paciencia y tolerancia cuando, ya cerca del mediodía, estaba haciendo la cola en la Facultad de Filosofía para inscribirme en las dos materias que cursaría este año.

Sólo dos chicas para cerca de dos mil alumnos recibían las planillas de inscripción y respondían los pedidos más intrincados con una dosis pareja de burocratismo, buena voluntad, estoicismo y desesperación.

El vocerío, envuelto en pancartas y notas pegadas sobre los muros, se concentraba en la pequeña ventanilla que parecía un televisor empotrado en la pared. Certificado de domicilio, denuncia policial, comprobante del CBC, no se reciben mas notas, quien sigue, señor haga la cola, por duplicado, pedí un duplicado, con el documento no, idiomas segundo piso, departamento de historia arriba, señor devuélvame la birome, quien sigue. ¿Hay que anotar todas las materias en el mismo renglón?, ¿cuál es el código de los seminarios?, ¿puedo anotar más de una en el mismo horario?, ¿puedo presentar otra planilla, porque quiero cambiar de materias, cómo hago?

-Aquí la parte administrativa, lo académico en el departamento respectivo. Ud. Señor.

-Vengo a anotarme en estas materias, dije, pero primero quisiera saber si ya resolvieron mi pedido de reincorporación.

Un hada rubia, de rulos y anteojos me anunció la amargura.

-Tengo malas noticias para vos.

No creí que fuera posible. La firma, hecha con mi propio cuerpo transformado en pluma fuente, estaba allí delante mío, clausurando ilusiones y anhelos.

-Pero, ¿porque?, si en mi nota expongo claramente los motivos por los que dejé tantos años de ser alumno, y como a pesar de todo continué vinculado al trabajo intelectual.

-Sucede que no estás en el censo del 96, y como no estás en el sistema, no puedo hacer nada, lindo.

-Pero, pero, pero.

-No.

Los estudiantes me fueron rodeando y solidarizándose con mi situación.

-Yo que vos iría a la Comisión Nacional contra la Discriminación, no puede ser que te nieguen el derecho a estudiar.

-Bueno en realidad no dicen eso, sino que me inscriba de nuevo en el ingreso y después verán.

-Pero vos bien podrías ser profesor de esta facultad, cómo no te van a reconocer todo lo que hiciste, si yo estudié con tus libros sobre la historia del movimiento obrero y sé que publicaste otras cosas más.

-Si, la Editorial Experiencia, Casa de las Américas, Editorial Reunir... Muchos años... Si empecé siendo un poeta urbano, ofreciendo mis versos por los bares de Corrientes, La Paz, Politeama... Publicando luego en diarios y revistas de los países que visitaba. Viajaba cargando una mastodónica máquina de escribir eléctrica y prefería dejar la ropa cuando me pasaba de equipaje...

-Para mi es un caso de violación de los derechos humanos, tendrías que ir a los organismos.

-Claro, terció una linda morocha con la que una vez había tomado un café en Platón, te discriminan políticamente, por tu pasado.

-Te parece? Caí preso siendo estudiante de filo en los 70, miembro del centro de estudiantes, me acusaron de subversivo, unas semanas desaparecido, unos años en Devoto y en Sierra Chica. Pero yo me amparaba en la constitución, creo que ahora se intenta respetarla, no te parece?.

-Pero vos creés en los pececitos de colores, si sos un tipo potencialmente peligroso te limpian de un plumazo. Acá te vamos a defender desde nuestras agrupaciones, vos sos una bandera de lucha, flaco. Exigimos tu reincorporación, es lo menos que te debe esta Universidad.

El hall de la Facu comenzó a llenarse de comentarios y opiniones, me sentía en medio de un huracán y mis sentimientos pasaban de la desazón a la bronca. Mi objetivo había sido reencontrarme con la gratificante sensación de estudiar, aprender, producir, ejercitar mis aún inquietas neuronas en temas que ahora, con 45 años y como Director de una Escuela de Danzas afro, el Danzario Americano, me llevan a conectarme con culturas y sociedades diferentes. Fue por eso que me decidí por Antropología y busqué profundizar métodos de conocimiento. Pero sin buscarlo me encontraba de vuelta en el centro del conflicto y urgido a decidir.

-Además es ilegal, agregó una compañera alta y maciza, la razón que alegan es improcedente porque vos no tenías conocimiento del censo y si te quieren censar, que te censen ahora y chau. Andá a ver a un abogado o al Ombusmann.

-No, que vaya a los diarios, a las radios, así se entera todo el mundo y vas a ver como lo escuchan.

-Bueno, muchachos, gracias a todos, los interrumpí, realmente me reconfortan. Voy a pensar un poco y después vemos.

Vivo a dos horas y media de caminata desde la Facultad, no lo sabía, pero esa tarde fue lo que tarde en llegar a mi casa. Como explicarle a mi hijo, a mis amigos, a todos los que me alentaron a seguir estudiando, que ya no lo podría hacer... Hay momentos de incertidumbre difíciles de superar. ¿Cómo sostener la fe en los valores humanos, cuando ves por todos lados como reina la corrupción y la arbitrariedad? ¿Cómo mantenerte del lado de la justicia en medio de la impunidad? ¿Cómo reafirmar una moral cuando la inmoralidad se vende como una virtud? Esa noche, lo nefasto se presentaba ante cada cosa.

-Tomate un té, me aconsejó mi amiga Cecilia.

El saquito era de Ceilán, vi a miles de niños descalzos y desnutridos juntado esas hebras sobre campos bien abonados. En el azúcar, zafreros sudorosos con las manos vendadas con trapos viejos.

La cucharita se apareció entre balancines despóticos. En el agua vi la sed, en el vapor los desiertos y el dolor.

-Es que sos un idealista, divino. Me dijo acariciándome el pelo.

Bajé la mirada y cerré los ojos.


Esta mañana el hada me llamó por teléfono.

-Estuvimos considerando tu caso, y queremos que sigas en la Facultad, tendrías que escribirle una nota al rector y presentarla en Viamonte, luego aquí te inscribimos condicionalmente hasta que te den respuesta.

Sólo pude decir: « Gracias ». No encontré otra palabra para expresar toda la inmensa gracia que me inundó. « Todavía vale la pena » -pensé para mis adentros-. Me puse a escribir.


Pienso que tal vez el que leyó mi nota anterior no me conocía, tal vez ésta sirva para ello. Mi pedido lo haré público, tal vez así encuentre más respuestas a las dudas que se me han planteado. Tal vez mi sueño se repita con otro final.


Esperando una resolución favorable a esta solicitud, lo saluda a Ud. muy atte.:


Jorge Winter

LU.: 72/1497