Fragmentos del 1º parcial de la materia Sistemática I dictado por la Prof. Sofia Tiscornia Mayo 2002
Algunas consideraciones sobre el valor de la mujer en la formulación del intercambio. En ella se personifica el linaje y la alianza. El trabajo más o menos especializado del que sea capaz. Y lo más importante, su descendencia. Es el aporte de nueva fuerza de trabajo lo que le da sustento y valor a la compensación. Esto va estrechamente ligado al lugar de residencia y a las atribuciones que se tengan sobre los hijos. La combinación de todos estos factores forman el precio de la novia.
Esto fue así mientras no apareció otra fuente de recursos de trabajadores que los propios miembros del clan. Con la esclavitud y el surgimiento de grandes conglomerados humanos con una división del trabajo más especializada como en los casos de Egipto, Grecia y Roma, el valor de la mujer fue restringiéndose al de generador de alianzas y proveedora de linaje - descendencia, pero no ya como fuente de producción de fuerza de trabajo. Es aquí entonces que comienza a delinearse con rigor la sociedad patriarcal y el valor de la novia se invierte transformándose en la dote.
Una parte sustantiva del mundo nobiliario se construyó luego sobre el juego de alianzas e intrigas que delinearon los mapas del matrimonio. Mientras la gleba ensayaba reproducir el modelo ajustándolo más a su lenta constitución y resistencia al diezmo sacro o feudal. Con el advenimiento del proceso de industrialización y la acelerada proletarización de la mayor parte de la población, el paradigma del matrimonio para las clases dominantes vuelve a reforzar el criterio de dote, pero ahora en un nuevo contexto de alianzas. A la luz del progreso y del éxito individual la función principal de la mujer en el matrimonio es el aporte de capital. En el otro extremo de la pirámide social el proletariado ensaya múltiples estrategias de supervivencia en el ámbito de la familia, como profundamente indaga Martine Segalén en su trabajo sobre el tema. La nueva igualdad de sexos frente al trabajo industrial, afecta profundamente la funcionalidad de la familia, y si bien la imposición del modelo de hogar burgués, sostenido desde la legislación estatal y la constante presión de las iglesias demoró en más de un siglo la comprobación de la mutua igualdad de derechos, hoy en medio de la globalización se hacen patentes la relativización de las practicas de contraprestación y la desfragmentación de los núcleos parentales. La pervivencia de la cultura machista que enfrenta las posturas reivindicativas basadas en el género, esconde la decisión del capital de generar sus propias fuerzas productivas por fuera de la familia. El que hoy el 53% de los nacidos en Buenos Aires provengan de uniones extramatrimoniales es una confirmación de esa tendencia. El matrimonio, o la formación de parejas, tienen por lo tanto varias lecturas. Lecturas de clase. Una que se ajusta a la de los sectores medios, abrumados por la cosificación del mercado, es la búsqueda de valores identitarios, la posibilidad de autoafirmación e individuación. El poder ser, es de por sí uno de los temas más en cuestión, puesto en plural parece más factible responder a la misma pregunta reformulada en: ¿qué somos?. Para los sectores dominantes, ese 15 % de la humanidad (al que habría que interrogar sobre lo pertinente de su pertenencia) el matrimonio representa el reaseguro de su posición - mantiene por tantos los atributos clásicos - y para el proletariado global , esto es, integrado o no a la producción, pero igualmente funcional y reproductor, continúa siendo el ámbito de la resistencia, la supervivencia y la esperanza.