Recuerdos de caminante

  

En uno de esos viajes llegó hasta la isla de Chiloé, en el sur de Chile. Una isla, casi un país, casi  una nación. Los chilotas, así se llaman a sí mismos los habitantes de la región, sean de la isla grande o de la  multitud de pequeñas que  la rodean, se sienten orgullosos de sus primitivos pobladores  que resistieron su conquista afirmándose en las tradiciones. Incluso hoy cuando el dinero compra hasta las almas permanecen enraizados en su tierra creyendo en los dioses que guardan sus bosques, ríos y montañas.
    Esta región tan bella y fértil, con costas bravas en el Pacífico y mansas en el interior, está volcada al mar en procura de su sustento. La navegación y la pesca son las artes comunes de los hombres. Las mujeres y niños buscan en las algas y mariscos su cuota de mar. Tierra adentro se suceden los valles entre lomadas y montañas, algún volcán amenaza con su rugido y espanta las ovejas que recorren los faldeos por todos sus rincones.
    A uno de estos valles llegó Sebastián peregrinando con su mochila a cuestas tras dos días de caminata. Se acercó, en busca de algún refuerzo para su dieta, a una cabaña de medios troncos.  El techo a dos aguas,  tejido con tejuelas chatas  de madera, se declaraba exhausto,  ennegrecido por los años y las heladas. Por la rústica puerta que abría a la plataforma, levantada cuatro escalones sobre  la tierra, se asomó una viejita encorvada de finos y cortos cabellos blancos. El rostro de arrugas hondas,  manos cuarteadas como un terrón, mirada  encendida en ojos de carbón pequeños y hurgadores. Quedó en silencio apoyada en la baranda, el largo vestido cubría las sandalias y un poncho de lana blanca la envolvía por los hombros.
    -Buenos días, abuela-. Saludó Sebastián, mirando con simpatía a la mujer, encantado del cuadro que ofrecía el lugar agitado con su presencia. Pollitos y gallinas, un gallo pintón, los gatos, algunos gansos y detrás, en el corral, la chancha con sus crías, buscaban sus lugares sorprendidos.
-Buenos días, qué anda buscando-
-Algo de comer que pudiera venderme, y que me oriente en el camino-
-Venderle no, porque no uso dinero aquí, si quiere comer pase y veré que puedo hacerle.-
...
-No es mucho lo que tengo, pero me alcanza y nada falta. Deje su bulto y siéntese ahí, ya  preparo. Sopa y huevos que es lo que más tengo. Ocho al día me dan y sobran para mi.-
...
-No sé de caminos. Nunca he salido de aquí. En los años que tengo, que son tantos que ni sé cuántos, siempre aquí.
El único camino que conozco es  por el que vino, por donde llega un hijo que cada tanto se acuerda y me trae algunas cosas y se lleva los cerdos-
...
-Para qué quisiera yo salir, si aquí hice mi vida y aquí quiero morir. En este sitio están mis padres, mi difunto, una hija caprichosa que no quiso crecer, todas mis alegrías y recuerdos-
...
-Nada bueno debe haber allá, nada mejor que aquí. Los que llegan como usted, no saben dónde  llegan, están perdidos, o buscan algo que no pueden encontrar. De allá cuentan calamidades, yo no puedo ayudar.-
...
-Vuélvase por donde vino, o siga si quiere,... no sé dónde llegará,... yo estoy bien aquí, sólo conozco el miedo en los ojos de los que llegan,... le sirvo otro plato, está rica mi sopita, verdad?