América fue parte de un mundo en permanente ebullición, contactos, intercambios y
desarrollos compartidos, mucho antes de la llegada de los españoles en 1492. Ese
hecho sólo tuvo relevancia para los europeos, que para ese entonces eran de las pocas
culturas de relativo grado de complejidad que desconocían la existencia del continente.
La historiografía interesada y manipuladora eurocéntrica construyó el mito del nuevo
mundo de la misma forma autoreferencial con que se consideró el centro de la
civilización y negó la importancia de las demás culturas.
Los conquistadores han usado siempre los argumentos históricos para justificarse y
validarse. La historia es así construida a la medida de los intereses presentes. Cuanto
mayor es el grado de dominación más se adulteran y manipulan los orígenes del poder.
El imaginario es una herramienta capaz de construir realidades y los hechos del
pasado se elaboran de modo de presentar el presente como una consecuencia necesaria
de un devenir inexorable.
Por todo esto, el cuestionamiento a las versiones parciales o la revelación de la verdad
histórica no sólo pone en cuestión al poder sino que abre la posibilidad de un futuro
diferente.
Es por estas razones que indagar en los orígenes de los pobladores de América no es
una tarea irrelevante, sino que por el contrario permite avizorar un nuevo horizonte
para nuestros pueblos. Por encima de la pretensión hegemónica que intenta uniformar
su pretendida superioridad, el auténtico conocimiento de la evolución sostiene una
identidad basada en la multiculturalidad, la integración y la diversidad.
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