Primitivo Asiseré

-Buenas, Señora....
-Queasé, vieja...
-Humm...
-Yo te lo voy a presentar para que no te confundás, el es Primitivo Asiseré. Peón de campo, ratero de  poca monta, aborígen misionero.
Un tipo raro, que habla raro, que dicen que no sabe lo que dice, pero dice:
-Ignorante, como no, pero sabedor de muchas cosas. Yo de ciencias no se nada, pero deme un tiento y le hago lo que quiera, trenzo del derecho y del revés, en cruz y ojo e pescado, sirirí y en tamborcillo, en un botón de dos pesos formé el escudo  y la palabra libertad; de un nonato saqué mi lazo: seis metros que vivorean  como un suspiro y tarda en caer lo que usted en perder la cuenta. Para mi Dios es la Patria y tengo orgullo de ser argentino. Si me llaman voy y si hay que pelear, yo primero. Dónde me planto me quedo y si me talan rebroto, seré bruto e ignorante, pero sepa que no miento.
De guacho, me crió la loca de la Tere, una traba  de aquellas, pero mas buena que el pan. Se había hecho las lolas y cuando me surtían salía de raje a correr a cascotazo a los cosos esos y las tetas le saltaban patodo lado. Despué me fajaba y me decía mirá bien con quién andá, me cuidaba la loca. Yo del cole me piraba, ¿qué iba’cer? Lo mío era la yeca, y ahí aprendí lo que sé. Con el Ruso empezamo a laburar. Si no te dije te lo digo, el Ruso fue el mejor, mi único amigo, pero amigo, no las bolas, de verdad, entendés, más que un hermano, más que nada. Por eso al hijo de puta que lo fusiló, yo fuí y así, pum! Delante de la mujer, no me importó nada. Porque  el Ruso valía más que  cualquier cosa. Para mí la amistad es lo más sagrado. Y el hubiera hecho lo mismo. ¿Entedés, chabón, lo que es tener un amigo?.
Y ahora nuestros hijos pasan hambre, no tienen pan, no hay trabajo, yo voy de zafra, pero traigo nada, y siempre que me estoy volviendo un hijo menos, dicen que fiebre, pero yo sé, es hambre, da mucha pena,  falta de todo, nos cuentan del tiempo de antes, que había, pero yo no veo cómo, y acá seguimos, de toldo, con los demás, esperando, no sé qué. Yo pienso, qué habremo hecho, si merecemos tanto mal, tanta hambre, creame, si para mi no quiero nada, a Usté le pido por ellos, pa que alguno crezca nomás.
-Así es Primitivo Asiseré. Acá lo tenés de frente: Un brazo fuerte, una cabeza gacha, unos pies ligeros, una mirada ardiente, una boca con dientes, con caries, con faltantes. Una mano temblorosa, artera, vijilante, la otra humilde, segura, crispada, generosa, reacia, yacente. Preguntále lo que quieras, pero con respeto, no es un objeto, no busqués entenderlo, trata mejor que él te entienda a vos. Así pueden llegar a conocerse.
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Lo conocí a Primitivo siendo chico. Fue en un pueblito serrano, calles de tierra, casas de adobe y piedra, algún sauce llorón aferrado a una zanja y el sol cubriéndolo todo con su pesada mano caliente, redondo e impío, sin sombra. Me había dejado vagar despacio, lambeteando un cucurucho de helado. Marrón, rugoso, coronado de crema humeante, de fría y blanca.
Los delataron los cuchilleos, las pisadas fallidas, el aliento contenido. Me seguían unas cinco criaturas. Al principio no entendí pero caminé más rápido. Ellos detrás, más cerca. En patas, con esos pantalones cortos  grandotes, abombachados, sujetos con piola o tirador, sin color, con remiendos. El cuerpo bronceado del mismo tono que la tarde, fueran rubios, cholos, negritos. Solo una niña, con vestido de tela, arrastrando a su hermano, desnudo, con las piernas cagadas, hechas costra. Tendrían mi misma edad, algunos menos, el que llevaba el rebenque: un poco más.
Entendí de pronto, no era conmigo la cosa, querían el helado. Me asusté. Lo tiré. Corrí unos metros.
Se alzó una nube de polvo, gritos, revolcones. Luchaban por el cucurucho. Uno lo cubría con su cuerpo y los demás intentaban quitárselo. El del rebenque empezó a repartir. La levantó a la chica de los pelos y la tiró a un costado, yo le alcancé a ver la bombacha, con un tajo marrón rojizo. Quedaron sólo el  negrito de espaldas y el rebenque que se iba dibujando en la piel. Ahora están frente a frente. Y le dice -ya está, ¡me lo comí!-. Un lonjazo le cruzó la cara. No se movió. La mirada le brillaba más que la sangre indiferente que salía de su boca. Esa mirada de carbón encendido, de triunfo, valiente, alegre, desafiante, mirada de hombre, se cruzó con la mía. Entonces lo reconocí, fue un instante. Esos ojos se hicieron míos. Ellos se fueron juntos y yo sólo, con la mirada de Asiseré.